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jueves, 9 de abril de 2009

Los fantasmas de Ricardo

Juana y sus tres hijas vivían en un pueblo de la ceja de selva. Las hijas tres bellas doncellas estaban en el pleno florecer de sus primaveras. Una mas bella de la otras. Muchos jóvenes las pretendían y frecuentaban. Esta familia tenía como habitual diversión la narrativa verbal. La madre una mujer de unos cuarenta años, era la mas experta de las cuatro mujeres, lograba en sus oyentes, con esa magia que caracteriza a los narradores, mantenerlos interesados en sus relatos por horas y horas. Uno de los pretendientes era asiduo visitante, se quedaba embrujado con la narrativa y muchas veces se amanecía en aquella casa. Esta vez el tema de la narrativa trataba de espíritus y fantasmas. Cada una a su turno se lucía con historias de diablos devoradores de gentes, fantasmas que se pasean por los aposentos de casas abandonadas, de hombres que se convierten en noches de la luna llena en hambrientos lobos , de famosos asesinos que matan para recoger la grasa de las personas y venderla a buenos precios.

La narrativa era tan viva que lograba en los oyentes revivir la historia con todas las reacciones físicas y anímicas que van despertando.Ya eran las tres de la mañana. El pretendiente de turno está estupefacto. Si fuera por el podría seguir escuchando mas historias. Pero las obligaciones impostergables del día que se avecina, lo obligan a despedirse de la familia de narradoras.

La enamorada y la mamá hacen de todo para retenerlo. "Esta es la hora preferida de los fantasmas, no vaya a ser que te encuentres con uno o varios de los personajes de los relatos" le dicen.

Pero Ricardo, que así se llamaba el pretendiente, les contesta: " Esta bien que ustedes con sus relatos han logrado ponerme la piel de gallina. Pero yo no creo en esas cosas. Son puros relatos y nada más”.

Todavía insisten, "Por favor no seas impertinente caminar a estas horas es demasiado peligroso. Tu casa está muy lejos de aquí. Quizás cuantas cosas te podrían pasar, por esas quebradas y esos bosques que hay por el camino a tu casa. Además hoy es noche de luna llena, y muchos lobos hambrientos andan sueltos. Hay pobre de ti, tal vez el día de mañana nos toque juntar solamente tus huesos..."

Ricardo se mantiene escéptico y sin atender al ruego de las mujeres, se despide con el pensamiento de los trabajos urgentes que debe realizar apenas despunte el alba. Debe darse prisa, no vaya a ser que su familia, que no sabe de su ausencia empiece a preocuparse. Menos mal que la luna esta todavía alta, la alumbrará por el resto del camino. Mientras camina, los relatos se repiten en su memoria, algunos personajes de los relatos desfilan en sus recuerdos: pareciera que escuchara carcajadas de burla, aullidos de lobos, y cuchicheo de los vampiros. Presiente personajes amenazantes detrás de las rocas, sombras que se esconden detrás de cada árbol. La sensación de que alguien lo persigue sigilosamente.

"No puede ser", se repite para si mismo: "Solamente son puras historias, debo estar tranquilo, no sucederá nada".

Alguien se mueve sigiloso en el bosque, caminadas misteriosas se acercan a su encuentro, moviendo ruidosamente las hojarascas. Se detiene a observarlo y continua aproximándose. Ricardo se queda paralizado por que sin quererlo, instintivamente, piensa que podría tratarse de un lobo o del mismo diablo. Unas miradas arden con la luna, lo observan con desdén. El sudor frío y abundante moja la frente, la espalda y las manos, las piernas y dientes treman a mas no poder, los pelos erizados intentan escapar al cielo, a duras penas contiene los deseos de orinar y defecar instintivamente. Le asaltan las infinitas ganas de correr muy veloz .Desearía le crecieran las alas como en los cuentos para que pudiera huir. Pero su pensamiento racional lo retiene:


"Que tal, si en la huida me caigo o me ruedo, y hasta pudiera morir. La gente al encontrar mi cadáver, llena de rasguños y heridas, pensarán que han estado el diablo, los lobos o los fantasmas a causarme tal daño". Se arma de valor, se repone al susto y se detiene con curiosidad a mirar esos ojos de fuego que lo observan desde la distancia.


Finalmente es al intruso que le toca huir. Es un zorrillo, un habitante habitual de estas tierras , el que se cruzó en su camino. El inocente animal se aleja en despavorida carrera, perfumando con su característica pestilencia el camino, el bosque y hasta a la luna misma.


Ricardo vuelve en si y dice: "Que susto, imagínate, dejarme asustar por un simple zorrillo, no faltaba mas...". Retoma el camino intentando alejar los recuerdos de los relatos que de vez en cuando lo asaltan y se apoderan de su fantasía.
La luna, en el cenit , alumbra con intensidad todo a su paso, proyectando las sombras de los árboles, de las rocas y de los cerros. Ricardo bastante repuesto del susto de su vida que le toco vivir en el bosque, esta por llegar a su casa, espera de encontrarla tranquila y acogedora. Ya casi se siente en el dulce abrigo del lecho.

!Oh No!, !Otra vez, no puede ser!

De la puerta de su casa lentamente se va asomando, una figura blanquecina que parece flotar a la luz de la luna, y se detiene en el patio a observarlo. Parece un robusto hombre con hábito y toga blanca, cuyos ojos se encienden con la luna, que lo alumbra de cuerpo entero. De nuevo sus recuerdos de los relatos lo relacionan de inmediato con los fantasmas.

"Esta vez si que va en serio, este es un verdadero fantasma, no hay dudas...", se dice así mismo.

Otra vez esa sensación y ganas de huir: las piernas treman y flaquean, no dan para mas, cae rendido y convulsionante, la piel de gallina, el sudor frío, el grito de auxilio que se le ahoga en la garganta. Esta vez, no se pudo contener y vomitó hasta las espumas de todo su miedo desde los últimos rincones de las tripas. En una tregua de la desesperante situación.

Una débil candela del pensamiento racional ilumina su cerebro, se repone y se alza.
El fantasma seguía ahí contemplándolo con los ojos brillantes.

Se armo de valor y dijo. "Venderé cara mi derrota".

Buscó a su alrededor algún arma con que defenderse, encontró solamente piedras, las amontono a su alrededor, se atrincheró y descargó todo su arsenal al fantasma. Ante el impacto de las piedras, la figura cambio de posición, revelando la silueta de un asno blanco. Otra vez había cedido a su imaginación e confundió la figura frontal del asno con la de un fantasma.

El abuelo que estaba de visita, era el dueño del asno. Muy enojado, obligó al nieto a curar las heridas del pobre animal, ocasionada por semejante apedreamiento.

Cuando los demás integrantes de su familia y de su enamorada se enteraron de lo sucedido rieron de buena gana. Y dijeron: "Es verdad, los diablos y fantasmas solo existen en los cuentos y en la fantasía de las personas. Cada cual construye su propio fantasma"

Autor: Jíbaro

La Serenata del Húmero

Como han cambiado los tiempos. En los tiempos de mis abuelos, según cuentan. Para amenizar una fiesta debían contratar una orquesta conformada por los jóvenes del lugar. La música con temas de un romanticismo puro servían de inspiración a los enamorados que se daban el sí a la luz de la luna.

En esta época un grupo de jóvenes virtuosos formó una bella orquesta con dos guitarristas: Manuel y Juan, dos bandolinistas: Gregorio y Dionisio, dos violinistas: Augusto y Alfredo, y un talentoso flautista: Alejandro. Este conjunto iba con su música a todas partes. Eran muy solicitados, especialmente para las serenatas.

Era usual escuchar a la media noche el sonido de la orquesta dando las consabidas serenatas. Las homenajeadas se asomaban a su balcón y agasajaban al pretendiente con un ramo de frescas flores rojas o con el consabido lance del pañuelo para felicidad de los enamorados. Algunas señoritas convencían a sus padres para abrir las puertas. Se armaba una jarana de rompe y raja que culminaba con la concesión de la mano de la hija y con el compromiso formal del futuro matrimonio. Ya era muy habitual que esto sucediera así.

Hasta que Alejandro fabricó una nueva flauta, de un hueso que encontró por el campo. Desde el inicio lo cautivó el sonido dulce y armonioso por lo que se convirtió en la preferida del tercio de afinadas flautas que llevaba consigo. El cuadro de las serenatas se repetía casi idéntico, excepto que las homenajeadas ya no correspondían a los pretendientes sino que todas se enamoraban infaliblemente de Alejandro. El, si bien es cierto era un joven de bellos atributos, no era como para que las chicas perdieran la cabeza.

Poco a poco los pretendientes dejaron de contratar al grupo para evitar la competencia de Alejandro que había ya arrebatado sin querer, el amor, a mas de uno. Entonces el grupo se dedicó a dar serenatas por diversión, sin que nadie lo contratara. Una noche aquí, otra allá, donde sospecharan que vivía una señorita. Las melodías surtían el mismo efecto en las chicas. Todas se enamoraban de Alejandro. Y si no eran correspondidas lloraban, se desesperaban y salían corriendo detrás de la orquesta. Hasta que la población empezó a sospechar que algo no cuadraba. Denunciaron al grupo por molestia sexual. Las autoridades empezaron a perseguir a los integrantes.

Ni Alejandro mismo sabía del encanto de su flauta preferida. Un día de casualidad lo descubrió. Cuando el tañía cualquiera de sus flautas de su colección, no ocurría nada. Pero bastaba que sonara unas notas en la flauta de hueso para que todo cambiara.

Entonces la curiosidad hizo que realizará algunas averiguaciones por el campo donde había encontrado el hueso y encontró un esqueleto corroído por el tiempo al que le faltaba el hueso húmero. Ese hueso, seguramente era del que él había hecho la flauta.

Las autoridades averiguaron la procedencia del esqueleto y llegaron a la conclusión que pertenecía a un antiguo flautista que se había suicidado por un amor no correspondido. Confiscaron la flauta y la enterraron junto al esqueleto en un lugar desconocido. Desde esa vez Alejandro ya no es el favorito de las doncellas.

Autor: Jíbaro